miércoles, 21 de noviembre de 2012

El origen de la cagada.

 Te conocí en Marzo del 2011, en el banco y gracias a una amiga en común que nos presentó oficialmente. A primera impresión me pareciste un tipo bastante feo, y ni siquiera te daba bola, cuando de la nada te me empezaste a cruzar  en el carro, luego en la universidad, luego otra vez en el carro y yo me detuve a pensar “¿y a este huevón, dónde lo he visto?”  Pasaron varios días para que yo me pare en frente de ti y te pregunte: “¿Tú eres Daniel, no?” me sonreíste y me dijiste que sí –ah, qué paja- Y, lamentablemente, así empezó nuestra “amistad”. 

 Seguía yo en la rica universidad, jugando a enamorarme con un chico de ahí, con un chico de allá, qué se yo, soy muy enamoradiza, cuando por casualidades de la vida te encontré en un pasadizo y decidimos salir de la u a tontear al parque, a caminar en un hueco de hora y media que teníamos un sábado. Hablamos de muchas cosas, de mí, de mí y luego de mí (adoro hablar de mí, soy mega interesante) me columpiaba y tú me empujabas. Yo temía salir volando y cruzar la avenida para terminar con el cerebro impactado en una luna de la residencial, pero a decir verdad, fuiste muy suave. Ese día, en ese momento, empecé a sentir cosas raras por ti, cosa que ni siquiera era rara, porque en ese entonces yo era así. Sí, huevón, sentía eso por cualquiera.

 Pasaron los días, a veces me iba a  wong a comprar, y como vivías cerca, te llamaba para que me hicieras la taba. Venías y hacíamos hora, hablando de cualquier cosa y escuchando música mientras hacíamos cola para pagar. Teníamos más confianza, a veces te contaba de mis problemas con el amor, tú nunca me hablabas de ti, eso me parecía rarísimo pero me llegaba al pincho porque poco me importaba tu pasado. Recuerdo que empezamos con las bromas de doble sentido, con la huevada de “cállate o te violo” o “me estás llegando al pincho” –“¿ay, sí? ¡Qué rico!” Nos pasamos de pendejos, ah.

 Un día de Agosto, ¿Julio? no me acuerdo, creo que fue un fin de mes, mientras tonteábamos en un centro comercial, decidimos mandar al carajo la universidad y largarnos a algún telo a ver qué salía. “Vamos pues” te dije, y de pronto nos vimos en un taxi rumbo al destino final. Recuerdo muy bien ese día: Me puse tu ropa, jugamos un poco a una que otra cosa, me preguntaste si estaba segura y yo, sin estar segura de nada, te dije que sí porque solamente quería tirar contigo a ver qué se sentía, y vaya que lo sentí. Tirabas rico, huevón, pero ojalá hubieras sido menos egoísta y me hubieras al menos tocado un poco, digo yo, no sé. No recuerdo cuántas veces lo hicimos ese día, mira que ha pasado más de un año y medio y yo sufro de lagunas mentales. Solo sé que después de ese día volvimos al telo para tu cumpleaños en Noviembre, y no nos cuidamos, pasé navidad y año nuevo traumada pensando que estaba embarazada. Lloraste, lloramos, nos dijimos mil huevadas. Yo me enamoré de ti como imbécil, tú salías con más flacas, yo también, pero tú no sabías. En Enero me di cuenta que no era embarazo, eran simples cambios hormonales, y tú te alejaste de mí como te dio la gana. Yo hice mi vida aparte con mis amigos, mi familia, conocí a un chico con el cual empecé una relación que duró lo que dura medio ciclo académico, qué asco, es que no funciono bien con las relaciones formales. Solo sé que de la nada volviste a aparecer, fui a tu casa a verte no sé para qué, y terminé chupándotela en el mueble, mientras tú tratabas de hacer el menor ruido posible, porque arriba tus hermanas dormían.

 Intenté por muchos medios de olvidarte, dejarte de lado y caminar de frente a buscar mi propio destino, pero era en vano. Otra vez estaba sola, otra vez nos veíamos y aunque ya no tirábamos, a veces te besaba a la fuerza, tú aceptabas, pero las cosas estaban feas. Nos peleábamos casi semanalmente, éramos peor que marido y mujer. A veces iba a tu casa, según yo para hacer hora, y siempre en el carro me decía a mí misma que esta vez si me haría respetar y que no caería ante cualquier intento de seducción, pero cuando llegaba era siempre igual: terminaba con tu pinga en mi boca, mis tetas en la tuya, tus labios en los míos, tus manos en mi pelo, mis uñas en tu espalda. Y todo eso en una mesita de metro y medio cuadrado, y en silencio absoluto.

 Te dije muchas veces para estar, me contestabas que no, yo aceptaba. Pasaron los meses, dejé un poco de lado el tema de ir a tu casa y entre comillas acepté ser solo tu amiga. Un día nos fuimos al cine y me prestaste tu galaxy. Te fuiste a comprar cancha y yo revisé tus fotos, vi a otra, en una cama de hotel, seguramente más caro y bonito que donde fuimos, ella estaba completamente calata, y hubiera creído el cuento de "es una porno" si es que ella no hubiera tenido tu camisa, esa misma camisa que yo me puse aquel día. Las lágrimas cayeron por sí solas, solo atiné a apagar tu huevada de celular y seguir llorando, agarrar el mío y fingir que hablaba con mi hermano mayor cuando te vi venir, colgar y decir “mi hermano me ha gritado” para que no imagines que te había visto en tu post-cache con una mujer que no era yo. En ese momento descubrí que eras una cagada de persona, una cagada de persona de la cual me había enamorado muchísimo.

 Pasaron unos cuantos meses y llegó el día del padre, yo me fui a un tono con unos amigos y terminé agarrando jodido con uno de ellos (y… bueno, siempre fui soltera después de todo) y nos tomamos unas fotos con mi cámara. Lógicamente estaba completamente ebria, y olvidé eliminarlas. Dos días después te tenía agarrando mi celular, revisando fotos como quien no quiere la cosa y terminar lanzando mi móvil, gritándome que era una perra, que cómo era posible. Vi las fotos y me recontra cagué de risa, era un chape bien intenso, carajo, como deseé recordarlo. Te vi tan molesto que aproveché la situación para meterte un garrote por el culo y decirte que mi foto era una galletita de chocolate al lado de tu foto cachera en el telo. Te quedaste estúpido como cinco minutos, no me dijiste ni mierda. Qué asco me diste.

 Dejé de verte como que dos o tres semanas, luego tuvimos una conversación seria donde te dije que me alejaría de tu lado, que me iría de tu vida. Lloraste como un huevón y me dijiste que no querías que me aleje. Yo, más huevona aún, acepté. Para eso ya lo nuestro era algo insoportable, era tener que aguantarte y tener que pelearnos, sin ser ni mierda. Un sábado, estaba bebiendo como vikinga con una gente de la infancia, me emborraché tanto que te llamé y te dije mil huevadas, fue algo como: “Eres una mierda de persona, no quiero saber nunca más de ti, pero mi casa está sola, ven a dormir conmigo, te necesito”. Ni yo entendí qué mierda quise decir con todo eso, pero cuando tomé mi taxi rumbo a mi casa, te encontré ahí, parado en la puerta. Te traté como mierda y te boté, te fuiste y a los quince minutos volviste, subiste, peleamos, nos lanzamos cosas en plena madrugada y terminamos tirando como nunca en mi cama, fue lo más rico de mi vida, sobretodo porque no lo recuerdo. A las seis de la mañana desperté, y en mi todavía borrachera te vi echado a mi lado y lo único que quise hacer fue volver a tratarte como mierda y botarte de mi casa. 

 Pasaron más meses, más días, no sé, no me acuerdo. Fui a tu casa una vez más con el afán de enseñarte algo, fue un día que falté al banco y tú estabas de vacaciones. Pensé que había gente en tu casa pero no, dije “normal, igual no pasará nada” vimos un rato una película, y entre besos, abrazos, chupadas de teta y calenturas, subimos a tu cuarto, y otra vez tiramos como si no hubiera un mañana. Esa fue la última vez.

 Hoy, muchos meses han pasado desde esa última vez, y gratamente puedo decir que te tengo olvidado. Apenas te hablo, a las justas te saludo cuando te veo por los pasillos del banco, o en la universidad. Me das asco, y no me produces ni compasión, ni cólera, ni nada. ¿En qué clase de mierda me has convertido? No lo sé, pero te agradezco por hacerme tanto daño. Si, gracias a ti descubrí que el amor no existe, me convertiste en una persona sin sentimientos, que no me gusta del todo, pero que al menos problemas no me trae. Ya no me enamoro fácilmente, ya no creo en nadie y soy cada vez más fría y más mala, ya no soy ni tierna ni buena gente, ya no soy la misma. Y todo gracias a ti. Me dejaste sin alma. Pero cómo te amé hijo de puta.

1 comentario: